La capacidad de cambio, evolución o simple deriva del ser humano es sorprendente; más que por el calado de sus nuevos preceptos, por la celeridad con que, a veces, estos se imponen a establecidas costumbres. Un ejercicio sano, sin duda, que obliga a sacudir métodos quizás estancados y revisar conductas. Pero resultado de nuestros tiempos es una ligera revista casi siempre espoleada por la moda vulgar o el cobarde «ande yo caliente», que ya denunciara brillantemente Martin Niemöller hace dos días.
El gran mal de nuestra era, la falta de análisis crítico en todas las esferas, nos lleva a algunos a echar de menos posiciones firmes, generalmente aceptadas, que nos cohesionaban si bien no como país o sociedad, sí como familia (que es, al final, lo que nos queda). Un estado, aun segundón y acomplejado como el nuestro, que padece la lacra del terrorismo y sus alimañas satélites, jamás puede renunciar a catalogar este drama como prioritario.
En uno de nuestros siempre sugerentes debates, mi buen amigo Jesús encabezaba uno de sus certeros análisis con un sencillo: «¿Te acuerdas cuando…». Sí, claro que sí, fue y es mi respuesta. Claro que me acuerdo. Me acuerdo cuando nos manifestábamos cuando los asesinos mataban. Cuando pensábamos, ilusos, que íbamos a ganar la batalla. Cuando nos creíamos que los que mandaban y podían arreglarlo estaban de nuestra parte, e incluso derramaban lágrimas reptiles enterrando a nuestros muertos. Cuando teníamos dignidad. Esos días en los que una suerte de solidaridad innegociable y franca nos acercaba a las víctimas del terrorismo, les arrimábamos el hombro sin pensarlo dos veces, a la vez que escupíamos con el mismo automatismo sobre los asesinos y sus testaferros. Unos testaferros que, ¡oh, divina providencia!, ocupan cargos electos con todas las de la ley.
Así perdimos. O nos ganaron. 829 muertos después, nos ganaron.
Y ahora, por nuestra mera negligencia, insidia o pura estupidez hemos dejado que el asesinato sea una «explicación política», mostrando un país de la Unión Europea desde hace casi 30 años como un polvorín balcánico opresor de minorías inmaculadas.
Hemos pasado de clamar en masa por la justicia a agachar la cabeza, casi avergonzados, cuando los asesinos salen sonrientes de la cárcel, mientras que cientos de familias se les desgarran aún más las entrañas.
Y así se escribe la historia, la que dictan los vencedores.
Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos de encontrar traidores entre nosotros.
4 Comments
Leave a reply Cancelar la respuesta
Comentarios recientes
Archivos
- septiembre 2018
- junio 2018
- mayo 2018
- marzo 2018
- febrero 2018
- enero 2018
- diciembre 2017
- noviembre 2017
- octubre 2017
- septiembre 2017
- agosto 2017
- julio 2017
- junio 2017
- mayo 2017
- marzo 2017
- diciembre 2016
- noviembre 2016
- octubre 2016
- septiembre 2016
- agosto 2016
- julio 2016
- junio 2016
- mayo 2016
- abril 2016
- marzo 2016
- febrero 2016
- enero 2016
- noviembre 2015
- octubre 2015
- septiembre 2015
- marzo 2015
- febrero 2015
- enero 2015
- diciembre 2014
- octubre 2014
- septiembre 2014
- agosto 2014
- julio 2014
- junio 2014
Carlos Vilches
diciembre 29, 2014 at 10:17 pm
El artículo me ha gustado pero quisiera apuntar una cosa. el debate que planteas es lógico e indudablemente necesario entre los españoles que padecimos la barbarie y sinrazón de los etarras. Sin embargo, discrepo del sentido que le das a esta frase: «El gran mal de nuestra era, la falta de análisis crítico en todas las esferas, nos lleva a algunos a echar de menos posiciones firmes, generalmente aceptadas, que nos cohesionaban si bien no como país o sociedad, sí como familia (que es, al final, lo que nos queda).» En mi opinión, es precisamente la falta de «análisis crítico en todas las esferas» lo que nos hace estancarnos en «posiciones firmes, generalmente aceptadas», que justamente impiden la cohesión y la paz social.
AndrOrtMoy
diciembre 30, 2014 at 1:59 pm
Ciertamente, Carlos. Aunque me he permitido la licencia del aforismo para ennoblecer el prosaico «Esto antes no pasaba».
Carolusrex
diciembre 29, 2014 at 11:14 pm
El ejercicio concienzudo durante 35 años realizado por unos pocos para conseguir la decrepitud de la capacidad crítica de la sociedad española, junto a la demolición de cualquier pilar ético que pudiera obstaculizar el proceso, nos ha llevado a este grado de miseria moral donde ahora nos encontramos. Parafraseando al político recientisimamente jubilado: a la sociedad actual española no la conoce ni la madre que la parió.
AndrOrtMoy
diciembre 30, 2014 at 2:05 pm
No sé quién es el autor de la frase «Un país que no cuida a sus niños es un país que no merece existir»; pero me temo que viene muy al uso.