La explosión de la terrible, descarnada y vergonzosa crisis de refugiados (si aceptamos ese limitado e inexacto concepto) ha coincidido con mi pausada lectura de Matar a un ruiseñor. En
Amén de los prosaicos intereses geoestratégicos, la irrupción del Estado Islámico ha puesto nuevamente de manifiesto la profunda convulsión que vive el mundo musulmán desde el prisma religioso. Hasta los