El maestro Orwell estuvo muy atinado cuando nos recordó que “si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. Uno (otro) de los pecados de la sociedad de nuestros días es habernos dejado atropellar por políticos de medio pelo en uno de los aspectos que más nos debería doler. Ya saben, aquello de ciudadanos y ciudadanas, andaluces y andaluzas, gilipollas y gilipollos. Vamos, la destrucción premeditada de nuestra propia lengua.
Recientemente compartí por Twitter la fotografía que corona este artículo. Es una instantánea (desconozco quién la realizó) de un documento oficial cualquiera, pero que describe a las mil maravillas el grado de idiotez al que hemos llegado dejándonos secuestrar por la tiranía de lo políticamente correcto. Lo curioso es que se ha viralizado en Redes Sociales y multitud de usuarios retuitean, marcan como favorito, citan y comparten la foto que me dio por subir. Hasta el momento, todos los comentarios van en la misma línea de denuncia de la estupidez.
“Quedan sensatos en este mundo”, podría pensar uno; pero la sensación yacente es que la impunidad de los que mandan no sólo se limita ya a cuestiones de primer orden mediático como el mangoneo de nuestros bolsillos, el nepotismo flagrante o la simple censura, por poner algunos ejemplos. La realidad es que desde hace años asistimos a un proceso de reeducación que ríete tú del Gran Hermano (de éste, no de éste).
Pretender que las lenguas permanezcan inamovibles por los siglos de los siglos denota idiotez e ignorancia, pero peor aún es justificar su evolución a través de un modelado ridículo y artificial, orquestado por políticos que, por norma general, no se han leído ni Fray Perico y su borrico. Y no sólo por la paliza que le pegan a nuestro utilísimo y asexuado neutro, sino también por las absurdas connotaciones negativas que les han inyectado a palabras como raza, patria o mestizo por motivos que sorprende que hayan cuajado entre nosotros (no nos deja en muy buen lugar esto…). Una trabajadora del sexo, por ejemplo, es una puta o una prostituta… y escribiendo esto no me han explosionado los globos oculares. ¿Ven como no pasa nada por llamar a las cosas por su nombre?
Siempre he mantenido que el lenguaje, los lenguajes, son los mejores inventos de la humanidad. Las palabras son palabras, vehículos para ideas y sentimientos con los que comprendemos el mundo y a nuestro prójimo. Algunos, incluso, intentamos ganarnos la vida con ellas.
No es tema menor. Al menos a mi juicio. Pues dejar que pulan unos mindundis nuestra forma de expresarnos es de sociedad pobre y acomplejada (y menos libre). O lo que es lo mismo, una sociedad de gilipollas y gilipollos.
Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente
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Albertusxo
marzo 20, 2015 at 4:04 pm
Se trata del manual que hace la junta electoral para aquellos que han sido elegidos para formar parte de una mesa electoral.
Yo tengo varios en casa, y puedo decir que el libreto entero es asi. Y produce mucha risa, porque como leas todos los el/la o/a etc, no te enteras de ná.
Leer para creer.
Jean Jacques
marzo 25, 2015 at 12:58 am
Y no hablemos ya (¿o sí?) de un hospital público que adquiere «unidades estáticas de descanso» (véase camas) o de un carril para la circulación de «vehículos individuales autogestionados» (bicicletas, ni más ni menos).
AndrOrtMoy
marzo 25, 2015 at 11:53 am
Parafraseando a otro monstruo de las letras: «Ah… El horror, el horror…».