Ando enfrascado estos días en la documentación para un nuevo libro que debería salir el año que viene. No debo revelar más pero sí puedo decir que estoy inmerso en el estudio de las claves y la historia de la ciencia ficción. Entre otros, me estoy empapando de la ‘Nueva guía de lectura’, de Miquel Barceló, donde el autor ofrece su particular visión de las principales obras del género. En caso es que he caído en la cuenta de que, a lo largo de mi vida, ya me he leído la mayoría de los muchos títulos que recomienda. Huxley, Simmons, Orwell, Wolfe, Asimov (por supuesto), Clark, Haldeman, Matheson… y tantos otros, son autores habituales en mi biblioteca y en la gran bibliografía de mi vida. Este hecho me ha hecho pensar, y al poco he llegado a una indiscutible conclusión: soy lector de ciencia ficción por encima de todo. No por obvio me ha resultado menos sorprendente.
Aunque pueda parecer baladí, y quizás lo sea, para aquellos que nos gustan los libros y las palabras no deja de ser una revelación importante. Definir tu género preferido es como saber qué quieres ser de mayor. Con esto existe una dificultad añadida. Se supone que los que leemos y escribimos (más de la media, se entiende, y con un fin puramente literario) debemos conocer al dedillo a todos los autores del universo, independientemente del género que cultiven. No en pocas ocasiones he visto gestos torcidos cuando me han preguntado por escritores que no conozco, aun siendo estos best-sellers. Un gesto torcido que suele ir acompañado de otro de perplejidad cuando apunto alguno de los nombres de más arriba al recomendar alguna de mis plumas predilectas.
Pero es que es la realidad. Decir que tu género preferido es la ciencia ficción viene a ser una suerte de salida del armario literaria. Incluso los lectores de fantasía parecen tener menor reparo en reconocerlo. Pero como decía, para mí ha sido una epifanía liberadora.
La ciencia ficción, como dice el propio Barceló, es una literatura de ideas, de concepto. Leyendo a Dan Simmons me acerco a Shakespeare y descubro a John Keats, incluso me arrimo a Homero; igualmente, con Bradbury o el maestro Orwell reflexiono sobre la sociedad, el Hombre y el futuro cercano. Incluso reconozco alguna de sus terribles profecías en nuestros turbulentos días.
A la CF se le atiza recurrentemente, y a veces con razón, por su baja calidad literaria. Pero de igual forma se le debe su extrema lucidez a la hora de alumbrar nuevos interrogantes. Es más, ésta no es una particularidad exclusiva, y bien se engloba en la literatura general. Ya saben, aquello de «¿qué es mejor, el fondo o la forma?».
Pero, ¿por qué leo ciencia ficción? Porque, en mi humilde opinión, es el género más seductor y dinámico, y además tiene la buena costumbre de colmar tu cabeza de preguntas y supuestos incluso después de terminar la última página del libro. Es más, las mejores conversaciones literarias que he tenido en mi vida han sido sobre ciencia ficción. La propuesta de debate es tan amplia que cualquiera tiene cabida en ella.
La sci-fi (como dicen los americanos) va mucho más allá del presente. Presume, desde su difuso origen (¿es Frankenstein ciencia ficción? ¿O fue Verne el que lo empezó todo?), de una clarividencia temática que a veces sobrecoge. Como botón de muestra, el desarrollo actual de la robótica y su inminente impacto exponencial en nuestras vidas cotidianas nos recuerda que el ‘buen doctor’ Asimov ya planteó sus tres perfectas leyes hace más de medio siglo, y que ahora resultan absolutamente necesarias.
Esa dicotomía entre narrativa y filosofía es lo que me resulta más insoportable (en el sentido que se adjudicó Kundera). ¿Cómo renunciar a palabras que te lanzan al corazón del universo? ¿Que te muestran nuevas civilizaciones y planetas? ¿Que te plantean cuestiones vitales y angustiosas?
El ser humano aspira a conquistar las estrellas, a explorar, a crecer, a desarrollarse. A suplir sus carencias físicas con el ingenio de la tecnología. A resolver cuestiones éticas y morales en base a su circunstancia y entendimiento. Todo eso, y mucho más, lo plantea como nadie la ciencia ficción. Y es que ningunear, o simplemente negar, este poso de conocimiento y actitud es despreciar lo que precisamente nos hace más humanos.
La ciencia ficción no es sólo un género literario, sino algo más: un estado de conciencia.
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