Reconozcámoslo. Los españoles somos un poco especiales. No sé que cualidades y características definen al español medio (entiendo que los trasnochados tópicos de la fiesta y la siesta ya se han superado); pero lo que resulta evidente es nuestro prurito por complicarnos la vida. Supongo que se deberá a nuestra herencia latina minada de complejos. O no, el Mediterráneo es muy grande. Vaya usted a saber.
Pero algo nos pasa. Como botón de muestra, el último 12 de octubre. Después del aquelarre pseudonacionalista de las elecciones en Cataluña (¿independencia? ¡Ja! ¡Pasta, pasta, pasta!) apetecía tener un día con las dosis justas de amor propio. Sin hinchar mucho el pecho, porque tampoco está la cosa para tirar cohetes, pero, oye, ¿por qué no?
El caso es que en nuestro día nacional, que en su momento decidimos compartir con medio mundo (de ahí lo de la Hispanidad), basta que tres soplagaitas repitan las mismas tonterías de cada año y nosotros, pardillos, le demos un pábilo exagerado. ¿Por qué? Pues porque somos así.
No me apetece entrar a debatir sobre la falacia del supuesto genocidio indígena a manos de los conquistadores (ah, la LOGSE…). Sinceramente, me da una pereza gordísima y además ahí está la Wikipedia, que es gratis. Lo que sí me preocupa es ese recurrente flagelo que llevamos siempre a mano.
¿Por qué tenemos que aguantar que unos pocos imbéciles nos agüen la fiesta? (y nunca mejor dicho). Porque, sencillamente, en este país somos así. Si algo no nos gusta, no sólo lo decimos, sino que obligamos al de al lado a que acepte nuestra verdad.
– Oiga, a mí es que no me gustan los toros.
– Pues no vaya a los toros.
– Pero es que además de no gustarme, usted es un asesino, un facha y un cabrón.
– Ah, bueno. En ese caso…
Y así nos va. Alardeando de libertad y democracia cuando suspendemos en el respeto más básico.
Insisto en que no sabría definir punto por punto las características de un español, pero sí me apena detectar nuestra laxitud respecto a individuos cuya meta en esta vida es el separar, malmeter y hostigar al prójimo. Ciertamente, parece que existe un espécimen de ser humano que sólo es feliz, hablando mal y pronto, si da por el culo a todo el que tiene al lado. Un aspecto, por cierto, muy español (pobre Willy). Ya saben, aquello de Caín.
Y como aquí somos eminencias en envidias, riñas absurdas y perder el tiempo en falsos debates desde los tiempos de los íberos, no sólo dejamos que estos tipos hayan alcanzando un relevante estatus social y mediático, sino que además permitimos que se nos cuelen entre las esferas que manejan el cotarro y vivan del cuento. Sean del color político que sean, por cierto.
No sé, si como dicen varios analistas, estamos en un momento crucial de nuestra historia. Desde luego, lo que sí parece es que tenemos ante nosotros una oportunidad única para decidir quiénes queremos ser. Pero no por merced de la ambición o la ineptitud de éste o aquél politicucho; sino porque los tiempos que nos han tocado vivir así lo demandan. No se puede cambiar una sociedad de la noche a la mañana, pero sí se puede ir perfilando, día a día, lo que uno pretende llegar a ser. Y es que al final, lo que uno sea, suele ir marcado por decisiones y actos, pero también por lo que digan de ti.
El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: «Es envidiable».
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